Miguel Fernández F.
Mientras hay una amplia discusión sobre las fuentes de suministro, se dice muy poco sobre como utilizamos el agua...
El problema de la sequía y el
déficit de agua que atraviesan varias capitales del país ya se conoce. La
repercusión ha sido tal que se ha convertido en una crisis nacional, que
ameritó medidas especiales del gobierno para enfrentar la escasez de agua.
Ahora todos están preocupados, arrepentidos, conscientes del cambio climático
y, sobretodo, parece, comprometidos con resolver este problema.
En todo caso, la urgencia está
guiando la solución, se están buscando nuevas fuentes de suministro de agua, se
está distribuyendo la misma en cisternas, pero, en mi criterio, se incide de
manera superficial sobre los modos de uso de este líquido. En el ahorro de agua
está primando la iniciativa de los consumidores (usar menos, reciclar, acumular
agua de lluvia), es decir, más allá de las recomendaciones y consejos no hay
medidas frontales en este campo.
En efecto, solo falta una buena
lluvia, para que todos agradezcamos a San Severino (u otra divinidad), o la
aplicación de ideas coyunturales maravillosas, como perforar pozos a diestra y
siniestra y bombear aguas de reservas subterráneas, o trasvasar aguas de
cualquier laguna que se encuentre a cerca, etc., para que pasada esta urgencia,
nos olvidemos del problema y volvamos a las tradicionales práctica de uso del
agua.
En mi percepción, una vez superada
esta emergencia, nos olvidaremos del problema hasta la próxima emergencia.
¿Entonces qué hacer? Al parecer
estamos en un punto de inflexión que podría lograr cambios radicales que
permita dar una solución de largo plazo a este problema. Especialmente, si
tomamos en cuenta la experiencia de otros procesos similares en el ámbito
internacional. Así el punto focal de una estrategia debería ser aprovechar la
crisis para lograr un cambio estructural en la cultura de uso del agua.
La emergencia se debe atender de
la forma más rápida posible, logrando el suministro necesario, pero también con
medidas que deberían incidir sobre los modos de uso tradicional. No hacerlo, es
simplemente traer agua para desperdiciarla.
En este contexto debería lanzarse
de manera explícita prohibiciones al uso dispendioso de agua potable para
consumo humano, en: a) lavado de autos; b) lavado de aceras, patios; c) riego
de jardines. Por otro lado, el uso eficiente, el reciclado, dentro de lo
posible, etc., debería seguir promoviéndose, aunque pase la emergencia.
¡Pero, habría que ser más radical!.
Se tendría que imponer una pausa en la aprobación, construcción, y entrega de
todos los edificios, condominios y casas que aún no están habitadas, solicitando
una certificación de uso eficiente de agua por persona, indicador que se
debería fijar en función de criterios técnicos.
¿Que implicaría una certificación de uso
eficiente de agua? Por ejemplo que el equipamiento hidráulico de la vivienda,
tenga equipos de alta
eficiencia, así se puede utilizar inodoros que requieren de 4,8 a 6 litros por
descarga, en vez de los tradicionales que usa de 13 a 20 litros por descarga;
en los grifos utilizar aquellos que
tiene aireadores, pueden pasar de un flujo normal de 16 litros/minuto, a cerca
de 4,5 litros/minuto; cambiar regaderas convencionales que usan de 15 a 20
litros/minuto, por regaderas eficientes a 6,5 litros/minuto, etc.
Por
otro lado, también significa que se obligue al uso de aguas utilizadas en
duchas, lavamanos y otros más, para usos finales como inodoros, riego de
jardines, lavado de patios y otros que no sean consumos humanos o sanitarios.
Eso implicaría que se hagan circuitos dobles de agua (uno de agua potable y
otro de agua para uso final), quizás suban los precios de las instalaciones, pero
también es una oportunidad para ingenieros, diseñadores y proyectistas. Demás
está decir que con seguridad este incremento de precios, se pagaría con el
menor consumo de agua.
Seguramente esta propuesta
provocaría que toda la industria de la construcción e inmobiliaria
proteste, seguramente argumentarían en defensa de “sus derechos”, y afectaciones
económicas que este tipo de medidas les implicaría, pero ¿acaso no estamos en
emergencia por falta de agua?. ¿Si se mantienen las técnicas actuales de uso de
agua, que pasará a futuro?, ¿no es más importante el bien de todos?, así pues,
es ahora o nunca.
Un aspecto que no hay que descuidar en
este proceso, es la medición del consumo, pues en muchos condominios, edificios
y viviendas múltiples, no deberían existir consumos globales que se prorratean
entre un grupo diverso y por igual. Por cada consumidor de agua, debería
colocarse un medidor. Caso contrario, se mimetizan los desperdicios de éste
líquido vital.
Los otros sectores, como la
industria y el comercio, no estarán ajenos a esta emergencia. Puesto que hacen
un uso económico del agua, debería fijarse tasas mínimas de reciclaje, cuando
la misma no sea un insumo directo, como por ejemplo “al menos 70% de reciclaje
obligado”. En realidad, se debería obligar que el agua que utilicen sea
devuelta en las mismas condiciones en que la recibieron.
Por último y no menos importante,
es la reducción de pérdidas en el sistema de abastecimiento, pues diferentes
estudios indican que las pérdidas en la distribución de agua están en alrededor
del 50%, debido a la antigüedad de la red. Acaso, solamente reducir esa pérdida
no duplicaría la cantidad de agua que recibimos?
Para el caso de la industria, el comercio y la minería, en realidad,
deberíamos pasar de cobrar tarifas por el agua utilizada, a cobrar tarifas por el estado en el que devuelven las
aguas estas empresas. Eso implicaría que, para muchos de estos actores económicos podría ser a
la larga más eficiente y rentable reciclar el 100% de sus aguas o entregarlas
limpias, luego de su utilización. No es imposible! Existen industrias de
galvanizado como GALVASA en España (ver gráfico), que han logrado disminuir su
consumo de agua a cero en el proceso productivo; industrias lácteas que han
bajado en 2/3 su consumo de agua; lavanderías que han reducido en 50% su
consumo y hoteles (como el Biohotel en Colombia) que recicla el 70% del agua
que utiliza.
Así, deberíamos pensar que la oportunidad que tenemos, gracias a
la crisis, es la de replantear el suministro, la distribución y el consumo de
agua, orientados por la eficiencia, el ahorro, la equidad, la solidaridad y
cuidando a la generaciones futuras.
Seguramente que una vez calculados los indicadores de consumo de
agua eficiente para familias y viviendas, será mucho más fácil fijar tarifas
para el consumo básico, y luego ir gravando progresivamente los usos más
dispendiosos.
Claro que algunas de estas medidas
no son rápidas de implementar y exigen al menos un mínimo de estudios,
reglamentación, evaluación, etc. Pero la idea es aprovechar la coyuntura para
resolver un problema de larga data y sin visos de solución.
En esta materia es necesario que
todos seamos radicales, es decir, ataquemos la raíz del problema, si no es
ahora... ¿Cuando?
Cochabamba, Noviembre, 2016